Por ALVARO CORREA ARROYAVE
Como toda actividad que desarrolla el hombre sobre el planeta, desde respirar, hasta simplemente alimentarse o ducharse, la minería genera molestias ambientales que son altamente recompensadas por los beneficios que trae para la sociedad en general. La salud, los desplazamientos, la vivienda y aún la misma alimentación, son posibles gracias a que en algún lugar del mundo se está llevando a cabo esa actividad extractiva. Muy seguramente en la mayoría de los casos no somos concientes que el sólo hecho de ponernos frente a una pantalla de un ordenador, o estar disfrutando de unas vacaciones o estar saboreando una exquisita taza de café, es posible gracias a la minería. Siendo así las cosas, la óptica con la que se debe mirar la minería es de una aceptación como actividad productiva generadora de desarrollo, la cual no debe confundirse con las malas, desatinadas y censurables formas con las que se lleva a cabo esta actividad en nuestro medio por comerciantes inescrupulosos que a espaldas de las legislaciones vigentes y desconociendo las mínimas técnicas de una correcta explotación, lo único que logran es un deterioro del yacimiento y unas pésimas relaciones con la comunidad y el entorno ambiental.
Una explotación racional e integral de los recursos mineros, que cuente con la aprobación de la comunidad y que se lleve a cabo en un entorno con el respeto por los demás valores del terrotorio, siempre ha sido posible merced a las enseñanzas que las facultades de ingeniería de minas han venido impartiendo desde siempre en sus aulas de clase, amén de la disposición, hoy día, de tecnologías limpias y la supervisión más estrecha de las entidades del Estado.
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